29 de Marzo de 2024
Internacional

Trump y Peña, su primera vez


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*Sostendrán un encuentro informal de 10 minutos, entre decenas de otras citas para el presidente estadunidense

| | 06 Jul 2017

Sostendrán un encuentro informal de 10 minutos, entre decenas de otras citas para el presidente estadunidense. Ambos mandatarios llegan con escaso capital político, pero Trump tiene poco que perder, en cambio la situación del presidente mexicano es más delicada

El nuevo orden mundial que plantea Donald Trump inició con la relación entre Estados Unidos y México. Las primeras advertencias que propuso como plataforma de campaña iban dirigidas a romper por completo la política de sociedad y amistad que durante décadas reinó en la relación entre ambos países. Si bien es conocido que Estados Unidos no tiene amigos sino intereses, mantener un nexo sano con México es importante para los ámbitos económicos y de seguridad, en lo que a acuerdos conjuntos se refieren.

A pesar de que Trump no es el primer presidente de Estados Unidos abiertamente antimexicano, ha sido el mandatario que con mayor velocidad logró darle la vuelta a lo que era una relación difícil, pero estable. Desde los ataques del 11 de septiembre del 2001, cuando el republicano George W. Bush estaba en el poder y Vicente Fox era presidente en México, la criminalización de la migración dio al traste con la posibilidad de una reforma migratoria integral, que Bush había prometido al gobierno mexicano. A partir de ahí, el gobierno de Barack Obama y ahora de Trump han tomado decisiones que minan la “amistad por interés” y someten a México a políticas en las que tienen poca o nula maniobrabilidad.

Si bien es cierto que la relación México-Estados Unidos camina por sí misma y tiene vida independiente en una economía regional fronteriza prácticamente integrada, cada presidente de la época moderna le ha dado su toque personal al trato con México.

El objetivo principal ha sido siempre proteger la inversión americana en territorio propio y también en México. En la medida que la relación económica-comercial ha caminado, las tensiones entre ambos países se encuentran en niveles mínimos. México y Estados Unidos han sostenido visitas reciprocas de los mandatarios en todas las administraciones desde la Segunda Guerra Mundial, una tradición iniciada por el presidente William Howard Taft durante el gobierno de Porfirio Diaz. El apoyo mutuo les sirvió en su momento para sumar al capital político, a tal grado de que Taft terminó por enviar tropas estadounidenses a nuestro territorio con el fin de proteger las inversiones norteamericanas. Antes, el presidente James Polk habría ocasionado a propósito la guerra entre México y Estados Unidos de 1847. Tomando esos conflictos en cuenta, claramente han existido peores momentos de los que se viven actualmente con Trump. Desde aquel entonces, las amistades y distanciamientos entre los mandatarios de México y Estados Unidos han presentado diferentes oportunidades y retos para la política exterior mexicana ante un gigante como han sido los estadunidenses.
›El cambio de política económica en el gobierno mexicano a partir de los años 80 con la integración a la economía mundial y un planteamiento neoliberal, permitió un acercamiento mayor con el gobierno de Estados Unidos.
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Poco capital. El desgaste provocado por la primera visita, cuando Trump era candidato, sigue presente y lo sabe.

Con Carlos Salinas de Gortari se dio la apertura para el Tratado de Libre Comercio que había sido negociado desde el gobierno anterior. Con negociaciones difíciles, México cedió parte importante de su capital económico y cadenas de producción. La necesidad de un préstamo tras la salida del gobierno de Salinas de Gortari acercó al demócrata Bill Clinton con Ernesto Zedillo en términos de deuda. Cuando llegaron los cowboys, George W. Bush y Vicente Fox, la amistad que ambos tenían parecía generar las condiciones necesarias para una relación por fin cercana y de amistad. El 11 de septiembre cambió las cosas de golpe y terminó por alejar a Fox y Bush, y acabó, de paso, con los sueños de miles de migrantes que esperaban una reforma migratoria integral. Posterior a ello, llegaron Barack Obama y el panista Felipe Calderón: una relación marcada por temas de seguridad y colaboración de ambos gobiernos que llevó a lo que algunos consideran, fue una intervención abierta y grosera del gobierno estadunidense en México. La llegada de Enrique Peña Nieto durante la administración Obama no cayó bien entre el gobierno demócrata.

El cambio de estrategia en seguridad a una ventanilla única a través de la Secretaría de Gobernación provocó de entrada el distanciamiento entre ambos mandatarios, que terminó por romperse tras la invitación que le hizo Peña Nieto al entonces candidato republicano Donald Trump, y que algunos dicen ayudó a impulsar su candidatura al mostrarse presidencial. Un error de política exterior que ha sido el más costoso en ese aspecto para el actual gobierno mexicano.

Ahora en la reunión del G20 en Hamburgo, Alemania, el presidente Peña Nieto y el presidente Trump tendrán su primera y única reunión hasta el momento. Una especie de encuentro informal en el que platicarán por espacio de 10 minutos. Más allá de los temas, el hecho de que la única reunión entre mandatarios de países tan cercanos se dé en ese contexto, y con un tiempo tan corto, es un mensaje en sí mismo. Una buena noticia que se reúnan, pero una mala noticia el entorno y las condiciones.

Tanto Trump como Peña llegan a la reunión con poco capital político. El presidente de Estados Unidos tiene la mayor desaprobación que cualquier presidente estadunidense en la época moderna. Peña Nieto de igual forma llega a la reunión con una baja aprobación y poco capital. El desgaste provocado por la primera visita, cuando Trump era candidato, sigue presente y Trump lo sabe. Para el republicano la reunión podría presentar una oportunidad más de posicionarse frente a su base con miras la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC); cualquier ventaja simbólica que pueda tomar lo hará. Cualquier oportunidad para aplastar a México con tal de satisfacer su base, así será. El gobierno mexicano y Peña Nieto deben tomar en cuenta que Trump tiene poco que perder y mucho que ganar, no así la posición de México, que es delicada y con poco margen de ventaja en una reunión de pasillo de unos minutos con un presidente que tiene un margen de concentración de dos minutos a lo mucho.

Este encuentro es ya particular en sí mismo por las condiciones bajo las que se da: en un pasillo de la reunión del G20 entre decenas de otras citas agendadas para el presidente Trump. La señal de que se ha concretado por fin una reunión es positiva; sin embargo, nunca antes en la historia de la relación moderna entre ambos países se había dado un primer encuentro tan pequeño e irrelevante.

En contextos como en los que se encontrarán, es difícil poder controlar el mensaje y la circunstancia, sobre todo con un personaje tan impredecible como es Trump y que ha utilizado a México para mostrar un músculo de efectividad inmediata con su base, pues es poco lo que México le puede refutar.