24 de Abril de 2024
Una opinión diferente
Por: Isael Petronio Cantú Nájera

Necesidad, clientelismo y ciudadanía

13 Sep 2017 / *El terremoto del siglo se le está llamando al sucedido el jueves 7 de septiembre, porque ha sido el más fuerte en cien años. Su epicentro fue en Tonalá, Chiapas y se sintió hasta el centro de la república

El terremoto fue brutal, fue grande en la escala de Richter, la cual comprende de 2 a 10, este fue de 8.2 grados; por cierto, desde que se registran los terremotos nunca ha existido uno de escala 10, que son conocidos como apocalípticos.

El terremoto del siglo se le está llamando al sucedido el jueves 7 de septiembre, porque ha sido el más fuerte en cien años. Su epicentro fue en Tonalá, Chiapas y se sintió hasta el centro de la república.

La exposición a los fenómenos naturales siempre es más dramática cuando no existen medidas preventivas que protejan a la población; en el caso de los sismos, nuestras reglamentaciones en materia de construcción civil en los estados deja mucho que desear, particularmente en las construcciones más comunes de la gente.

Después del sismo de 1985 en la ciudad de México que fue de una escala de 8.1º, que destruyó cientos de edificios, donde además, murieron más de 20 000 personas, se estableció el Reglamento de Construcciones para el Distrito Federal que sustituyó uno de 1976.

Hoy bajo nuevas reglamentaciones se puede ver la Torre Reforma que es la más alta de la Ciudad de México (246 metros de alto) cimentada y construida para soportar un sismo de 10º en la escala de Richter. Eso no existe en los estados.

Escalas similares de ambos seísmos pero terrenos distintos donde se expandió la onda marcaron una de las diferencias entre sus efectos devastadores. Mientras la CDMX está construida sobre un lago y sus terrenos multiplican el efecto como si de una gelatina se tratara, para el sureste mexicano, suelos más firmes fueron conteniendo la expansión la onda sísmica; a eso le agregamos la profundidad donde se producen que los atempera: el primero fue a 15 kilómetros y el actual a 58; y la diferencia fundamental es que el de Tonalá fue “oscilatorio” es decir en movimientos horizontales y el de 1985 fue “trepidatorio” en movimientos verticales, los cuales causan más daño a las construcciones; aún así, este temblor de tierra lleva ya 98 víctimas fatales y más de 2,3 millones de damnificados.

Pero algo social y profundo está también marcando la diferencia entre uno y otro terremoto. La mañana de aquel 19 de septiembre despertó a una sociedad aletargada ante la inoperancia del gobierno de De La Madrid, la réplica del sismo en la noche siguiente terminó de derrumbar lo que estaba medio roto. Caos, espanto, anonadamiento de la sociedad por un momento y estúpida inacción por parte de un gobierno corrupto, hizo que la gente despertara y saliera de su terror para empezar a desenterrar a sus seres queridos. Coinciden muchos analistas que ahí empezó el despertar de una ciudadanía que no necesitaba del gobierno para autogobernarse. Los actos heroicos se multiplicaron y con ello aprendimos el valor exacto de la solidaridad, el pan que pasaba de mano en mano, el cadáver que pasaba de mano en mano, la luz de las velas que alumbraron los oscuros rincones donde una mano clamaba ayuda, los perros que junto a sus amos y sin pedir agua ni tregua, día tras día husmeaban el mínimo aliento de vida; la sociedad que se erguía como un solo ser vivo, palpitante y cuyo bien común en esos día fue: ¡Salvemos a todos!

Tonalá, Juchitán y otras ciudades muestran los estragos del gran terremoto, hemos visto moverse a la ciudadanos, pero no hemos visto la fortaleza de una ciudadanía solidaria… lo peor, son los políticos corruptos que medran con el dolor ajeno y esa es otra diferencia entre la respuesta de la gente entre 1985 y 2017.

Desvalorizada toda dignidad humana, las relaciones se han vuelto canjes de mercancías y los favores y las palabras se han vuelto de cartón.

La política como una cultura centrada en el bien común ha degenerado en la politiquería y en un mercado de puestos administrativos donde la corrupción anida. ¿De dónde les nace a los funcionarios públicos que pueden dar alimentos a los damnificados y promocionar sus intenciones políticas? Les nace sin duda, de una vieja cultura clientelar sembrada por el PRI y ahora utilizada por todos los partidos políticos. La cultura del fraude, del engaño, del clientelismo está ahí en la falsa consciencia del ciudadano común y eso lo saben los políticos corruptos, que sin chistar, la utilizan y la reproducen. ¡Que bueno que ya corrieron a los que pretendieron hacer propaganda a favor del PAN, con su YUNETE! Pero y ¿los otros? ¿Los cientos y tal vez miles de servidores públicos, de burocracias, que están ahí porque también forman parte de las “clientelas” y las reproducen piramidalmente?

Bueno, contra las clientelas debemos oponer la ciudadanía participativa; la que no pide con mano mísera el mendrugo de pan, sino la que con puño cerrado exige que se cumplan sus derechos humanos consagrados en la Constitución, porque cumple solidariamente con sus obligaciones para sostener al Estado mismo.

Ese es el terremoto que nos falta, el terremoto de una revolución ciudadana: que exija rendición de cuentas, transparencia en la información, que denuncie toda corrupción y que revoque el mandato a los políticos corruptos; una revolución ética de hombres y mujeres de bien y eso pasa por la necesaria solidaridad con las víctimas del terremoto del siglo y de las que se acumulen en los tiempos ciclónicos que siempre tenemos, sin pedir nada a cambio, para que en términos judeocristianos hagamos actos de bondad porque en si la bondad y solidaridad es buena: lo que tu mano derecha da, que no lo sepa la izquierda.

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