19 de Abril de 2024
Una opinión diferente
Por: Isael Petronio Cantú Nájera

¡NO MATARÁS!

18 Ene 2018 / *El político demócrata no puede usar la “venganza” como acto de justicia, ni menos puede permitir que las fuerzas del Estado sean suplantadas por gavillas y facciones, porque eso es la muerte del Estado mismo

El mundo occidental, mayormente judeocristiano, no sabrá mucho de los modernos códigos penales y sus definiciones de delito, pero si sabe desde la infancia que uno de los diez mandamientos de su religión es ¡No matarás!

Las modernas sociedades democráticas han construido un Poder Judicial, al igual que policías especializadas de todo tipo; de tal modo que resulta increíble, que pudiesen existir crímenes por homicidio; entendiendo el homicidio como el acto mediante el cual alguien priva de la vida a otro. El homicida, demostrado por medio de pruebas indubitables, debe ser penalizado con la privación de su libertad, por periodos largos y en su caso, resarcir el daño a las víctimas.

Bastaría saber la larga pena que hay que pagar al asesinar a alguien para que se tuviera un temor reverencial y se desistiera uno de ello rápidamente… Pero no es así.

La violencia, en sus mil caras, rodea a las nuevas culturas y los resabios de dos infernales guerras mundiales y el armamentismo atómico, ensombrece el futuro de la humanidad.

Morir o no morir no es el dilema, pues hay certeza de que la muerte llega siempre a la cita para quitar la vida; el dilema es la forma y las condiciones en cómo morimos y esa forma va desde el concepto de muerte digna o asistida, también conocida como eutanasia, hasta el brutal asesinato en manos de grupos criminales y depravados de la sociedad, donde la víctima es violada, estrangulada, acuchillada, quemada, triturada y desmembrada y muchas formas más de torturarla hasta arrancarle la vida: ¡El terror!

Pero no hay terror o al menos no hay un sentimiento constante que impida que se asesine de ese modo o sea uno asesinado así. ¿Qué es lo que pasa en la cabeza del hombre o la mujer que decide, a pesar de ese forma de morir, participar en violentos actos criminales y luego sucumbir igual: torturado y despedazado?

Cuando la forma de morir que se elige es tan cruenta, cabe preguntarse si vale la pena vivir como se vive, es decir las condiciones normales de vivir de la mayor parte de la gente y la respuesta más evidente es que no. No les gusta como viven y quieren más, otro tipo de vida con otro tipo de bienes materiales y es aquí donde aparecen los conflictos personales y sociales.

Sin duda, los personales tienen que ver con el carácter ambicioso e irresponsable que se forma uno en medio de núcleos familiares disfuncionales y poco atentos a la educación ética y moral de sus miembros; y dentro de los sociales, se encuentran el sistema político injusto que permite que la riqueza se concentre en unas cuantas familias y a las mayorías las tiene sumidas en la pobreza y la miseria. Mientras los ricos disfrutan de una forma de vida más cómoda y llena de confort; los pobres viven el infierno de una competencia donde no alcanza nada; de tal suerte que la lucha por sobrevivir se ve sobrecargada y en el límite de la solidaridad. Se ha dicho hasta el cansancio, los sistemas políticos y económicos del neocapitalismo se nutren de la sobreexplotación de las clases trabajadoras y crean condiciones infernales para sobrevivir.

Que mujer u hombre racional no quisiera vivir en la riqueza y amado por múltiples gentes, sin trabajar mucho y teniendo un ejército de sirvientes, tal y como lo hacen los ricos, ninguno, salvo aquellas personas que saben que eso, en esta vida es un sueño imposible para las mayorías. Aaaah, pero lo piensan y lo sueñan.

Al modo concentrador de la riqueza del capitalismo neoliberal, se le debe de agregar los sistemas políticos corruptos, que lejos de equilibrar las diferencias económicas, políticas y sociales, se corrompen y pasan a formar parte del sistema y a favor de las clases dominantes. Los políticos modernos son los nuevos ricos de mañana y su riqueza se nutre de la corrupción. Ahora el escenario está claro: para salir de la pobreza terrorífica hay que estar en el terror, en la corrupción, en el engaño. Los Duarte en la política, los Señores de los cielos en el narcotráfico, los Zetas en el secuestro, los curas pederastas en la Iglesia; los vendedores de chatarra y contaminantes plásticos, los feminicidas, los Trump, son los modernos héroes de este siglo… para ellos, el Estado de Derecho y su carga ética y moral, no significan nada y lo peor: ¡contaminan como letal virus a toda la sociedad!

Es el Estado y su forma de gobierno quien debería crear las bases sólidas de una nueva forma de vivir, donde se acabara la concentración de la riqueza y se hiciera una justa y real distribución y cortar con ello de tajo: el terror que hoy vivimos.

Está equivocado el político que ante el homicidio y el cercenamiento de personas, argumente que es un “ajuste de cuentas” o que deje entrever que merecían tal muerte porque a su vez ellos mataban así.

El político demócrata no puede usar la “venganza” como acto de justicia, ni menos puede permitir que las fuerzas del Estado sean suplantadas por gavillas y facciones, porque eso es la muerte del Estado mismo. La violencia, en todo caso, se legitima en la norma jurídica que la impone y cuando el Estado de Derecho no es capaz de tener el imperio de esa violencia, se desgaja y se vuelve fallido. Se vuelve un estado mercenario donde fuerzas irregulares deciden hacer una falsa justicia por su propia mano. Ahí están las cartulinas cargadas de errores ortográficos que en juicio sumarísimo e ilegal, nos entrega cabezas cercenadas donde el criminal acusa a las víctimas de criminales, erigiéndose ellos en falsos justicieros y peores redentores.

Si todos fuéramos perversos, diríamos ¡Déjalos que se maten! Pero no, porque cada día matan más gente que nada tiene que ver con delitos de esa magnitud y lo que pesamos que podía contenerse por si solo, hoy contamina a las familias, a las universidades y escuelas y al propio gobierno y sus aparatos de justicia.

El Estado, y sus representantes políticos, no pueden ser omisos ante el homicidio y tampoco en sus funciones de garantizar el disfrute pleno de los derechos humanos que la Constitución nos otorga. Es un grave dislate que los políticos rehúyan a sus responsabilidades y esperen que los criminales acaben con los criminales.

Finalmente, si argumentamos que el origen del mal está en la desigualdad económica, es decir que no hay paz social donde hay hambre y enfermedades, desempleo y miseria, lo lógico, es que se cambie el sistema donde se garantice un nuevo sistema de producción, competencia, educación y oportunidades donde no haya necesidad de matar al otro para que uno sobreviva; luego entonces la lucha contra el terror impuesto por los criminales tampoco está en la militarización del Estado y la imposición del terror oficial, sino en la socialización de las relaciones de producción y una distribución más equitativa de los bienes. Un nuevo gobierno democrático convoca al pueblo a participar en la gobernanza, no se atrinchera tras las bayonetas; rinde cuentas y no aumenta el secretismo; distribuye competencias sin aumentar las burocracias; es transparente en lugar de gobernar en la oscuridad que permite la corrupción.

Por ello, el Estado, armado del imperio de la ley, debe decir y advertir a sus ciudadanos: ¡No matarás!

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